Esperaba en la fila de la caja de un supermercado para pagar mi compra y ante mí una madre sujetaba con una mano a su hija de unos dos años sentada pero inquieta en el carro del súper, mientras con la otra iba colocando sus artículos en la cinta de la caja. La cajera le dio a la niña un paquete de cromos, quizá esperando que la pequeña no se moviera tanto, y la madre se dirigió a su hija y le dijo eso que tantas veces hemos oído de un adulto a un niño: “Halaaaa, qué chuloooo. ¿Qué se dice, cariño?”. A lo que la niña siguió con su respuesta aprendida: “Gracias”.

Si eres un ser humano entre dos y ciento diez años de edad y has crecido en lo que llamamos un “entorno civilizado” es probable que aprendieras esto del mismo modo de boca de tus padres o de los adultos a tu cargo.

También es muy probable que ya de adulto estés siendo tú quien inculque hábitos como ese a tus hijos, sobrinos o niños de tu entorno. Las normas de educación y convivencia que los humanos nos hemos dado dicen que hay que ser educados y mostrar en sociedad ciertos comportamientos, entre ellos, dar las gracias “cuando toca”.

Yendo un paso más allá, hace no mucho un anuncio de televisión que publicitaba una marca de coche presentaba la diferencia de opiniones entre una adolescente y su padre con respecto a dar las gracias o no al conductor que detiene su coche en un paso de cebra cuando tú eres el peatón y estás cruzando. Para la joven es obligación parar ante la preferencia del peatón y no es necesario dar las gracias, mientras el padre le pregunta “¿A ti no te gusta que te den las gracias?”. Obviamente ambos tienen un buen argumento: el vehículo debe detenerse en el paso de cebra para que el peatón cruce, pero ningún conductor va a sentirse peor porque le den las gracias por ello, e incluso es posible que se sienta mejor cuando alguien le reconoce su comportamiento.

Y a todos nos ha pasado que tras hacer algo de modo natural y sentirnos bien por ello, nos hemos sentido incluso mejor con el reconocimiento y agradecimiento del otro. (Ojo, no confundir esto con hacer algo con la única intención de recibir, precisamente, ese agradecimiento).

Intuitivamente, sabemos que agradecer algo a alguien le gustará, pero también nos hace sentir mejor a nosotros mismos. Desde hace un tiempo la ciencia, especialmente la Psicología Positiva y la Neurociencia, corrobora esto y nos dice que ser una persona naturalmente agradecida aumenta nuestros niveles de bienestar y felicidad.

Según el psicólogo Robert Emmons, entre quien sólo da las gracias y quien vive su día a día como una persona realmente agradecida hay un trecho. Supongamos que “dar las gracias”, simplemente, de forma educada y más o menos sentida, está en el 1 de una escala del 0 al 10, mientras en el 10 está el vivir de un modo natural y profundamente agradecido. Ese margen nos permite visualizar dos cosas que creo importantes, especialmente porque no siempre somos conscientes de ellas:

1. La gratitud es una elección. Cada persona puede elegir posicionarse en cualquier punto de esa escala y eso depende sólo de uno mismo. De hecho, al levantarnos cada día y a lo largo del mismo, no importa lo que suceda a nuestro alrededor, estamos eligiendo (de forma consciente o no) cómo de agradecidos vamos a ser con nuestra familia, con el vecino gruñón, con el jefe exigente o con el mundo que habitamos. Elegimos cuánto vamos a agradecer lo bueno que nos rodea y cuánto agradeceremos lo malo de lo que podemos aprender.

2. La gratitud se puede cultivar. Quizá no te consideres una persona que viva desde el agradecimiento de forma natural, por cualquier motivo. Lo importante es que puedes cambiar eso si así lo eliges y te comprometes con entrenarlo para adquirir el hábito. Elección, compromiso y responsabilidad serán claves para lograrlo, como ante cualquier otro objetivo que persigas.

Sabemos que vivir desde la gratitud cambia la forma en la que el ser humano piensa, siente, se comporta, se relaciona con otros y con su entorno y la forma en la que percibe el mundo en sí. Elegir y cultivar la gratitud nos permite tener una vida emocionalmente más sana y aumentar nuestro bienestar y felicidad.

Podemos elegir esta actitud en el día a día empezando por este mismo momento. Y no sólo decir “gracias”.

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: